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El filme comienza con la inauguración en una concurrida plaza de un conjunto escultórico que se supone que exalta la paz y la prosperidad. Los discursos de los prebostes son sustituidos por trompetillas de feria. Chaplin se mofa de los mensajes vacíos que profieren los poderosos cuando citan principios morales y sociales para dar empaque a sus palabras. Pero también desdeña y menosprecia el cine sonoro, emergente cuando Chaplin comenzó a gestar City Lights y consolidado cuando lo estrenó. Él prefirió expresar con pantomima su film sobre la incomunicación.
Con City Lights logra la perfección en su habitual búsqueda de una combinación de drama sentimental con mordiente cómica. El amor callado y desinteresado, las barreras sociales y las desigualdades, la soledad y la marginalidad, sirven a Chaplin para crear un nuevo retrato del vagabundo, menos pícaro que otras veces, más digno de compasión, y muy, muy romántico.
La película incluyó como melodía de éxito una adaptación instrumental de La violetera, canción compuesta por el español José Padilla Sánchez y que se había hecho popular cantada por Raquel Meller. Chaplin conoció a Raquel cuando ésta triunfaba en una gira por Estados Unidos, y tras intentar (sin éxito) incluirla en el reparto de su película, incluyó su canción. Se cuenta que los créditos no mencionaron al maestro Padilla como autor de la melodía.