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Es una cinta bien estructurada, con escenarios correctos e interpretaciones algo dispares (el protagonista es un soso de cuidado y, por contra, Alexandra se pasa con sus gestos ampulosos de angustia física y vital, hasta derivar en un final donde sólo falta que descienda un coro de ángeles para acompañarla). Theo Frenkel, el director, fue uno de los principales realizadores de la cinematografía holandesa y su buena mano se advierte en todas las escenas. Hay personajes que podrían haber dado más juego, como el de la joven Sonja o el de su padrastro, el hipnotizador, pero esto es lo que nos queda y con esto nos hemos de conformar. Los 124 minutos de la película se hacen, a veces, algo reiterativos.
Parece ser que hablamos de una de las películas holandesas más costosas de esa época, aunque nosotros no hemos sabido ver dónde se esconde tanto lujo prometido. Aparecen dos o tres planos de las montañas a lo lejos, pero el resto es bastante funcional, por llamarlo de alguna forma. La historia podría haber dado mucho más de sí con algo más de dinamismo y sin tantos desmayos continuos. Y ya que hablamos de desmayos y de ojos en blanco, algo les debía ocurrir a los ojos del protagonista, ya que se pasa las dos horas y pico de metraje con la mirada perdida más allá de la cámara. Tal vez no recordase las frases del guión, digo yo. El final, aunque se intuye desde mucho antes, es de los llamados "de moco y pañuelo". Y el malvado conde no recibe su merecido, algo que, sinceramente, lamentamos.
Eduard José Gasulla