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La primera gran contienda que movilizó a casi todo el mundo occidental tiene una amplia trayectoria en la historia del cine. Ha sido y será un tema propicio para infinidad de producciones, cada una contemplada desde el cariz específico de su realizador. Los puntos de vista son diversos. Por ejemplo, hay quien sigue sosteniendo que la guera la iniciaron los prusianos; otros afirman que el primer estallido se produjo con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo; tampoco faltan quienes van más lejos y dicen que ese asesinato fue provocado por los prusianos para tener un excusa con la que comenzar la contienda...
Película de claro argumento nacionalista y antigermano, cuenta con la importante baza de dos antiguas divas de la escena francesa como fueron Gabrielle Réjane y Berthe Jalabert, ambas ya en el declive de su carrera. En su tiempo, Réjane se permitió el lujo de codearse incluso con la mismísima Sarah Bernhardt. Aquí interpreta a la matriarca familiar, dispuesta en cada secuencia a lanzar soflamas patrióticas hacia la patria madre, Francia, que en esos momentos estaba a merced de los "hijos del káiser". También cabe citar, entre el reparto, a Albert Dieudonné, el más tarde famoso "Napoleón" de Gance.
La dirigió con buen pulso Henri Pouctal, uno de los realizadores que supo sacar mejor partido de la historia de Monte Cristo, tantas veces llevada a la pantalla. El guión cae en un lógico maniqueísmo; lógico porque ante las barbaridades cometidas por los alemanes no cabía más que contraponer el odio y el resentimiento del pueblo dominado hacia el invasor. Aquí el núcleo del conflicto se centra en el matrimonio del alsaciano con la alemana, que llena de vergüenza y oprobio a la citada matrona familiar.
Pero no se preocupen las plateas, porque al final ese mismo hijo disidente se redimirá de sus pecados (aunque sea al peor coste posible) y Gabrielle Réjane nos regalará una vibrante conclusión junto a la tumba de su retoño, donde, por arte de magia cinematográfica, surgen hileras interminables de soldados dispuestos a vengar a todos los caídos bajo el yugo alemán. Y "Vive la France!", por supuesto (dicho sea sin sarcasmo, que conste).
Eddie Constanti