Comentarios
Esto es historia. Un día, en plena Gran Guerra, a una eficaz enfermera inglesa asentada en la capital belga se le ocurrió hacer "su" guerra contra la guerra, escondiendo y repatriando a soldados aliados por distintos medios. Era su respuesta a la sinrazón de una contienda bélica mundial. Cuando la descubrieron ya había salvado a un buen puñado de hombres (doscientos diez) que, por lógica, al llegar a la neutral Holanda volvían a convertirse en soldados contra Alemania.
Tras un juicio que estaba perdido de antemano, se ordenó su fusilamiento. Intervinieron entonces personajes de distintos países, incluso un embajador español, pidiendo la conmutación por los servicios prestados por Cavell y por haber salvado tantas vidas. Los alemanes, temiendo que el asunto se les fuera de las manos, decidieron fusilarla inmediatamente. Tras este hecho, el gobernador alemán en Bélgica dijo a un alto cargo estadounidense (ese país aún no había entrado en la guerra): "Prefiero ver fusilada a miss Cavell que ver el más mínimo daño al más modesto de mis soldados. Sólo lamento no tener a tres o cuatro viejas inglesas más para fusilarlas".
Otras voces, también alemanas, discrepaban. Un oficial del Estado Mayor dijo: "Fue uno de nuestros mayores errores. No pudimos hacer nada peor para ser impopulares". La historia sigue como todos sabéis, con la caída de los prusianos. Pero la gloria de esta mujer, que murió a los cuarenta y nueve años, permanece imperecedera en la memoria de todo el mundo y en las muchas estatuas y mausoleos levantados aquí y allá, que recuerdan su valor.
La película, dirigida por Herbert Wilcox, está confeccionada con imágenes ascéticas, frías, casi bressonianas, presentando los hechos sin soflamas patrióticas de más, ni besuqueos a banderas, ni crucifijos a destajo. Tal vez por esta "desnudez" de su realización, cala más hondo en el ánimo del espectador.
Eddie Constanti