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1969: Festival de Cannes: Premio FIPRESCI
La primera vez que me hallé ante una película de Tarkovsky, no sabía que tenía ante mi. Tras ella se escondía un cine desnudo, que introducía al espectador en su prisma y le invitaba a ser hipnotizado, cautivado bajo un poderoso yugo. Parte de esa hipnosis, confluía en la confabulación de su banda sonora, un elemento más en manos de otros, pero imprescindible en manos del ruso. Esa música que, maravillante, te atraía al cauce de cada una de las secuencias que se daban en pantalla, y te rodeaba con un misterioso y convulso halo de notas que se despedazaban para dar vida a sus imágenes, otorgando así una dimensión insólita al film, lejos de cualquier tipo de artificio.
"Andrei Rublev" es como esas notas, atrayente y adusta en sus compases iniciales, pero de un tremendo efecto magnético, que nos acerca a ese hombre absorbido por el misticismo y la espiritualidad más puras. Un hombre atraído por todo aquello que fue concebido como una espiral de iconografía y simbología, un hombre en el que Tarkovsky parece sentirse reflejado, y ante el que nosotros atendemos, absortos por esos profundos e inteligentes diálogos, que se retuercen y desnudan la concepción del hombre como pocos lo han hecho.
En su segundo tramo, la narración nos regala dos pedazos de historia más que sirven como mecanismo para que el eje principal del film avance y culmine, historias atadas ya a unos modos más tradicionalistas y no tan intensos pero que, pese a dar a "Andrei Rublev" un contrapeso distinto, no logran que esta obra descienda ni un sólo ápice, y es que, tome los desvíos que tome, seguirá siendo absoluto Tarkovsky o, todavía mejor, seguirá siendo puramente soviética. Como las mejores, como las que el público recordará para siempre.
Andrei Tarkosvsky es el cineasta ruso más conocido y reconocido en el mundo junto a los pioneros Pudovkin o Einsestein.
Su cine es contemplativo, lento, detallista, documental, quizá grandilocuente. Está emparentado con el cine de Kubrick o Werner Herzog (la construcción de la campana y el barco de Fitzcarraldo tienen mucho en común).
Pero es un cine difícil. Sin duda (nunca vayas con tu madre a ver una película de Tarkovsky). Presenta los escenarios, los hechos, los objetos, los protagonistas, los diálogos, las acciones...pero no explica nada. Exige concentración y sobre todo, cierto pre-conocimiento del contexto (o algo más). Y siempre queda casi todo abierto. Los finales y los principios. Hay que aceptarlo así y disfrutarlo así.
"Andrei Rublev", "Solaris" y "Stalker" son tres de sus películas fundamentales. Con temáticas radicalmente distintas, tienen mucho en común (la forma de entender el cine de Tarkovsky): la medición al detalle de todos los planos y encuadres (como si de una obra pictórica se tratase), el control de los actores, la recreación en cada escena, en cada personaje, en cada objeto; y esa captación visual y sonora de los arroyos y cursos de agua cristalina. Todo despacio, muy despacio. No hay prisa. ¡Que agradable es la caida de la lluvia en las películas de Tarkovsky!
El propio Tarkovsky dijo en una ocasión que el secreto de un director está en narrar de una forma interesante. El lo hizo. Y lo hizo con medios. La industria del cine ruso le dió dinero.
Puede haber diferentes formas de hacer cine, pero sin duda el que más frutos artísticos ha dado a día de hoy es el cine de autor. El cine en el que el director domina (de una u otra forma) a los actores y a todos los técnicos de la producción (Kubrick, Allen, Almodovar, Buñuel, Lynch..)
La película es solo medianamente fiel a la historia de Rusia del siglo XV. Pero eso no importa. Se trata de disfrutar de la belleza. La belleza salvará al mundo ¿o no?
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...Quien se cae como persona y se convierte en un ser nauseabundo, cruel, despreciable, es el propio Tarkovsky quien, en esta película precisamente, echa a un caballo escaleras abajo, filma su dolorosa lesión y lo termina rematando de una lanzada. Eso lo destruye como autor, al margen de la belleza o el interés que puedan tener algunas de sus películas. Y no me digan que si la época, que si el lugar, que si la legislación de entonces, etc. El gran cineasta de la espiritualidad se nos revela aquí como un tarado psicópata.
Y lo mismo sucede con otros cineastas que también me gustan, como Trier, Tarr y otros. Qué pena que tengan que convivir, al menos en mi caso, la admiración con la repugnancia.