Comentarios
Segunda de las cinco películas que Chaney interpretó para la Goldwyn, este extraño relato prende al espectador desde el principio por su temática y su originalidad al presentarla. Desgraciadamente, tan buenas expectativas se hunden bastante cuando la historia se centra en los problemas amorosos de los tres protagonistas principales. Además, el discurso que se repite una y otra vez durante el metraje (la única fuerza que puede cambiar las cosas y al mismo mundo es el amor), suena demasiado "eclesiástico" y sobado, por más que nos pese admitirlo.
Muy pronto el espectador sabe que allí no habrá ningún ajusticiado porque las leyes cinematográficas no escritas de esa época no podían permitir que una banda como la que se describe se dedique a liquidar personas que, según ellos, sobran en la tierra. De hecho, el mismo Sam Goldwyn leyó el primer final que tenía dispuesto la película y lo desechó considerándolo "absurdo". Algún día os contaremos dicho final anulado pero no ahora, cuando alguno de vosotros aún no ha visto la película.
El ritmo es un tanto moroso, pero se eleva cuando la cámara entra en el despacho donde se dirime la cuestión de quién sacará el as de corazones. Y las esperanzas del espectador respecto a que vería un tema impactante se van diluyendo para ascender, mínimamente, en un final "con traca".
Aquí Chaney no debe fingir ser un inválido, ni un viejo chino ni un jorobado. Aporta su rostro desnudo y saca buen provecho del mismo, en especial en esa escena cumbre descrita, donde nos demuestra, por si aún quedase alguien que lo dudara, que era un gran actor. Leatrice Joy, esa misteriosa mujer que tenía un especial toque andrógino, trae la nota femenina a una función casi compuesta totalmente por hombres.