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Toujours Feuillade.
Habíamos visto "Judex", "Les vampires", "Fantomas", "Bout de Zan", "Tih Minh"... y nos preguntábamos qué más nos podía ofrecer este genio del cine, con qué otra cosa nos podía sorprender. Y entonces él unió todas esas obras en su "batidora" mágica y nació "Barrabás", una serie que es un compendio de todas las anteriores y una lección definitiva del arte de hacer películas. "Barrabás" tiene el vanguardismo de "Les Vampires", la tensión de "Judex", la intriga de "Fantomas", la ternura de "Tih Minh" y la comicidad de "Bout de Zan". Y tiene mucho más: la madurez asimilada de un gigante del séptimo arte.
Engaño.
En efecto, Feuillade nos engaña, nos lleva por donde quiere. Una historia cuyo detonante lógico estaría emplazado en Nueva York, nos invita a esperar la acción en tierras norteamericanas. Han pasado diez minutos del relato y ya no nos importa dónde se centre esa acción, sino que prosiga, que nos corte el aliento tras cada secuencia, que no deje de sorprendernos. Así, Feuillade bifurca el hilo principal en dos, luego en tres y a continuación en cuatro, cinco , seis... senderos distintos que siempre acaban desembocando en la trama principal. Y no nos olvidemos que él mismo escribió el guión. ¡Qué prodigiosa mente la del francés! Mención aparte para el montaje: se intercalan, de forma endiabladamente rápida, breves flashes de un mismo instante dentro del curso de la narración, para que el espectador tenga todos los puntos de vista de cada personaje.
Paisajes para una historia.
París, Cannes, Niza, escenas aéreas y marítimas, bosques, mansiones misteriosas... Feuillade utiliza todos los elementos disponibles en 1919 para dar credibilidad a los episodios que nos está contando. Cabe pensar que hoy en día una realización como ésta sería, casi, imposible.
Intérpretes.
Hay muchos y todos cumplen sobradamente, pero aquí no podemos olvidar a los dos reyes de la función. Gastón Michel, el "malo" por antonomasia, el villano preferido de Feuillade, tan cruel y retorcido como Mabuse, tan cínico como Charles Laughton, tan odioso como Tod Slaughter, pero mucho más elegante, mucho más arrogante --y por ello, también, mucho más diabólico--. Cuando se filmó "Barrabas", ya rondaba los sesenta y cuatro años (moriría en 1921); ¡pero habéis de verlo tatuando el anagrama de su organización en el brazo de sus víctimas!, ¡qué saludable sadismo! Y el otro escogido, ¿quién podía ser? Georges Biscot, el gran Biscot, el único capaz de aportar un segundo de sonrisas en un drama de estas dimensiones.
Conclusión.
Obra magna, testamento en imágenes de uno de los más grandes realizadores que nos ha dado este arte que nos fascina. Densa, intrincada, tierna a veces, durísima en otras, atrevida (hay un conato de orgía colectiva muy avanzado para su época), angustiosa... No existen adjetivos suficientes para valorarla. Ni siquiera ese "contador" al pie nos priva de su majestuosidad. CINE con mayúsculas. Vedla, por favor; pocas veces --o ninguna--, esta recomendación ha sido más sincera.
