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La historia del cine polaco empezó en 1894, cuando Kazimierz Prószyński, todavía estudiante, inventó el pleógrafo, aparato pionero que servía como cámara y proyector. Lo construyó un año antes de que los famosos hermanos Lumière inventaran el cinematógrafo, que se impuso como la tecnología dominante. Luego Kazimierz Prószyński marcó la historia del cine inventando nuevos tipos de cámaras, mejorando las tecnologías de grabación y proyección de imágenes y grabando unos de los primeros cortometrajes. Hacia finales del siglo XIX destacaron también Jan Szczepianik, el primer inventor de una tecnología para hacer películas con colores (por ser demasiado cara, dicha tecnología fue abandonada), y Bolesław Matuszewski, quien filmó unos de los primeros documentales usando el cinematógrafo. El primer cine polaco abrió en 1899 en Łódź y la primera empresa de producción de películas en 1901. No cabe olvidar que la primera estrella polaca que tuvo repercusión mundial fue la exótica Pola Negri y que en Polonia abundaron también las películas en yiddish.
"Bestia", también conocida como "La bailarina polaca", fue la quinta incursión en el cine de Pola Negri, de la mano de Aleksander Hertz, un judío polaco que falleció muy joven, en 1928. Barbara Apolonia Chalupiec (verdadero nombre de Pola), ya anticipaba en este mediometraje la que sería su trayectoria en la pantalla en años posteriores: una mujer ardiente, desafiante con las normas establecidas y capaz de ir hasta el final por un hombre o por sus ideas.
Melodrama relatado con gruesos trazos, a menudo lindando con la parodia, "Bestia" abunda en situaciones límite y en momentos desgarradores, y cae a veces en el tópico. A pesar de subtitularse "La bailarina polaca", se nos ofrecen muy pocas muestras del talento como danzarina de Pola y las pocas que vemos no son demasiado gratificantes. Lo que impera en el filme son las sacudidas al espectador por medio de una trama cada vez más crispada que deberá conducir, inevitablemente, hacia un final trágico. Es un trabajo de Hertz bastante tosco y primitivo, redimido en gran manera por la actuación de la Negri, que sabía mejor que nadie sublimar la vulgaridad hasta la categoría de arte. Sólo por su presencia, vale la pena dedicar los cuarenta y cinco minutos que dura el metraje.
(Eddie Constanti)
