Comentarios
Centrándonos en la película, si tuviésemos que redactar un epitafio para la misma diríamos que es una muy buena cinta al servicio de un guión más que mediocre. En su aspecto técnico, no tiene desperdicio. Dicen que a Fejos le dieron un millón de dólares para llevar a la pantalla esta versión de la obra de George Abbott y no hay duda que utilizó bien ese dineral: zooms enloquecidos hacia las puertas que se abren, trávellings excelentes, cámara sobre la grúa que nos muestra las intimidades de una de las mesas de la sala y el plató al mismo tiempo, filigranas de las coristas anticipando la obra de Busby Berkeley a comienzos de los años treinta y decorados art déco sorprendentes.
Su parte negativa, como ya hemos dicho, es el guión: mediocre y previsible. Un malo de opereta, un director del club despistado y que se pasa todo el metraje sudando, un bailarín (Glenn Tryon), que es el único que aporta dinamismo a la historia y no así su novia (Merma Kennedy), más sosa que unos macarrones viudos. La trama está llena huecos y añadidos que no aportan nada a la historia. Por ejemplo, esa oronda clienta del club que arrastra a su marido borracho; o esas coristas que se tiran de los pelos cada diez minutos sin que sepamos por qué; o la sensible Evelyn Brent, que pasea desencantada frente a la pantalla sin que nos enteremos de su identidad hasta la penúltima escena.
Una recomendación: aprovechad la parte positiva de la película y pasad de puntillas por la historia en sí. Si ello es posible, claro.
(Eddie Constanti)