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Gran polar francés.
Uno de los mejores largometrajes de Jean-Pierre Melville (1917-73), que lo escribe y dirige. Se rueda en escenarios reales de París, Marsella, Côte d’Or, Saint-Loup-de-Varennes (Francia) y en los platós de Boulogne Billancourt Studios (Francia). Producido por Alain Quefferlan para Films Corona (París) y Selena Cinematografica (Roma), se estrena el 20-X-1970 (Francia).
La acción dramática principal tiene lugar en Marsella y París, a lo largo de unas pocas semanas, en el invierno de 1970. Vogel (Volonté), criminal italiano recién huido de la policía; Corey (Delon), que acaba de ser puesto en libertad condicional tras 5 años de prisión; y Jansen (Montand), antiguo policía, alcohólico con deseos de reinserción, se asocian para cometer un robo en una joyería de la Plaza Vendôme, de París. Anda tras sus pasos el comisario Mattei (Bouvril). Corey es un ladrón de modales distinguidos y formas refinadas, frío y hermético. Es el líder del grupo. Vogel es un asesino de sangre fría, que carece de escrúpulos y cuenta con un extenso historial delictivo. Jansen es un personaje solitario y alcohólico, de pasado oscuro. Mattei, natural de Córcega y amante de los gatos, es astuto, tenaz y perseverante. No tiene reparos en extorsionar a los delatores para obtener la información que busca.
El film, que suma crimen y thriller, es uno de las mejores obras del polar francés (cine negro francés). Se basa en un guión ingenioso, bien concebido y construido con gran sentido del ritmo y la intriga. Destaca su sobriedad, elegancia y precisión. Desarrolla una historia esencialista, depurada y estilizada, de gran fuerza expresiva. Construye unos protagonistas coherentes, bien diferenciados y verosímiles. Crea una atmósfera densa, que envuelve la acción en un clima de fatalismo y tragedia. Presta gran atención a los detalles, sobre todo en la extensa y minuciosa escena del atraco, de unos 15 minutos de duración. Como en otros trabajos del autor, los personajes no se dividen en buenos y malos: todos ellos suman componentes positivos y negativos, lo que permite establecer líneas de equivalencia entre la policía y los malhechores. Llevado de su habitual misantropía, el realizador crea una obra en la que todos los personajes principales son varones. Reserva a la mujer papeles de bailarina, auxiliar, prostituta, amante y similares. Ofrece una escena de desnudo femenino destinada a satisfacer los gustos del público masculino, grata pero innecesaria y que no dignifica a la mujer.
El motor de la acción no es la lucha entre el bien y el mal, sino entre la eficacia del trabajo realizado con rigor y el de quienes se basan en maquinaciones, manipulaciones, abusos de poder, extralimitaciones y el uso ilegal de violencia física, psíquica y emocional. La obra atrapa la atención del espectador. El relato es interesante, se expone con habilidad y presenta un crescendo dramático dosificado con precisión inusual.