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Cansado ya de fastuosos espectáculos históricos o frívolas comedias de enredo, el público estadounidense acogió con los brazos abiertos la sobriedad dramática y la sencillez narrativa que aportaba este apasionante melodrama rural, que destapaba con entusiasmo y sin tapujos la vida en las pequeñas localidades del Sur a partir de la mutación psicológica con fines vengativos que contrae un pusilánime granjero ante el vil atropello que padece su familia a manos de unos malhechores. Rodada casi por completo en un poblado del oeste de Virginia, cercano al lugar donde transcurrió la infancia de su director, lograba transitar de la bucólica sensibilidad de su introducción al contenido trágico y violento del desenlace con un equilibrio naturalista insólito, que acabaría reportándole una gran repercusión internacional; erigiéndose en un ejemplar admirado no sólo por los principales valuartes del incipiente cine soviético, como Pudovkin, sino incluso por el propio Griffith, que precisamente había sido el primero en adquirir los derechos sobre el homónimo relato corto de Joseph Hergesheimer en el que se basa.
Antonio Martín