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Impecable restauración con las escenas primera y última en un tanto rancio Technicolor y el resto con virados. ¡Y sin ese puñetero contador al pie que todos sufrimos durante años, queridos cofrades! Los subtítulos han sido creados desde cero.
Con el título de "Stage struck" recordamos, al menos, cuatro películas en diversas épocas: ésta, de Dwan, la de Berkeley, en 1936, otra de William Nigh, en 1948 y la más reciente, de 1958, a cargo de Sidney Lumet.
Avancemos que el guión de la que hoy nos ocupa no es nada del otro jueves y su tema --la sempiterna Cenicienta, con una mezcla de patito feo, que al final encontrará a su príncipe soñado--, no nos puede sorprender. Abre la función una Swanson coloreada que parece ser la réplica de Sarah Bernhardt; la adoran reyes y campesinos, la idolatra el pueblo entero; viste como una emperatriz y la agasajan con los mejores manjares. Sin embargo, ella, entre todas las delicias del mejor gourmet... prefiere las tortas de maíz de su galán. Fin del sueño y Swanson despierta para contemplar su realidad personal: es una camarera de una horrible tabernucha donde los obreros de la fábrica cercana se apiñan cada día con objeto de conseguir un plato de estofado a tiempo para regresar al trabajo.
A pesar de sus intensos dramones y de sus filmes repletos de caros vestidos de noche, no hay que olvidar que Swanson empezó como cómica en vehículos del más puro slapstick, algo que ya se advierte en la anterior "Manhadled", ofrecida hace días, y en ésta misma. Aquí, por cierto, se reencuentra con un antiguo esforzado de este género, el gran Ford Sterling, de la factoría Sennett. Esta Jenny-Swanson patina sobre las sopas vertidas por el suelo, hace equilibrios para esquivar los pellizcos de la parroquia, lava las camisas de su enamorado sin que éste lo sepa (para que el galán no tenga que pagar la lavandería) y aún tiene tiempo para enmascararse como la star misteriosa del showboat (teatro flotante), anclado en el muelle del lugar.
Trama sencillita pero bien realizada, donde Gloria lo es todo. En los pocos momentos en que desaparece de escena, la cosa pierde un par de marchas y chirría un poco, sólo un poco. Los escenarios también son los justos y están filmados con acierto; y ese final, donde ella queda colgada de una argolla, rozando el agua del mar... pero no, no os destriparemos la conclusión. Vedla, saboreadla y dad las gracias al dios de los restauradores, que nos han permitido ver esta película más o menos como la filmó mister Dwan. Por cierto, en las escenas en color nos hemos fijado en los ojos de Swanson y los vemos color caramelo de café con leche. ¿Quién dijo que los tenía verdes? ¿O azules? ¿O es cosa del rancio tricolor de la época?
Eddie Constanti
