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Una de las mejores comedias rusas de los años veinte. Así de claro y así de rotundo. Un pequeño cacique de la estación de ferrocarril de un no menos pequeño pueblecito ruso, quiere dar un escarmiento ejemplar a una pobre anciana que se atreve a atravesar las vías cuando está prohibido hacerlo (algo que, por otro lado, hacen todos los habitantes de la villa). Ese caciquillo sueña con libros de caballerías y se imagina ser un quijote de los tiempos de la Revolución. A partir de la denuncia que presenta el dudoso personaje a las más altas instancias del gobierno, se moviliza el pesado engranaje de la burocracia del país, dejando finalmente a todos sus funcionarios ridiculizados y, como vulgarmente se suele decir, con el culo al aire.
Al margen de análisis más profundos, digamos enseguida que la película tiene una gran heroína, una mujer que sobrepasa los sesenta con creces, insignificante a simple vista, iletrada, modesta y más buena que el pan: Pelageia (nombre ruso para Pelagia), o bien Mariya Blyumental-Tamarina, actriz que interpreta al personaje citado. No la busquéis en los índices de actores o actrices de todos los tiempos; yo, al menos no la he localizado. Y sin embargo, ahí la tenemos, haciendo tambalear la estructura estatal soviética en pleno y casi sin querer. Siempre con su aire despistado, sin entender por qué se la manda a la cárcel, sin comprender por qué se le prohíbe plantar boniatos para sus vecinos, sin poder explicar a su marido por qué se la llevan presa por unas razones que sólo unas absurdas leyes han plasmado en el papel.
Dotada de unas secuencias dinámicas perfectamente entrelazadas y de un guión sin apenas fisuras, "Don Diego i Pelageia" es la corroboración, una vez más, de la destreza de Protazanov para engarzar historias divertidas y al mismo tiempo sumamente críticas contra el tinglado gubernamental que le tocó vivir. Aunque, a la vez, dándonos a entender que los personajes negativos de la trama pueden ser rusos, como podrían haber sido de cualquier otra nacionalidad; mentes estúpidas, manzanas podridas dentro de un cesto, las ha habido, las hay y las habrá en el curso de la historia, no son patrimonio de un Estado, de un régimen o de un partido.
Pasaréis un buen rato con Pelageia, os lo aseguro.