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El danés Lauritzen cultiva con buen tono la estética del vodevil, la opereta y la farsa. Dado que el Quijote es un paradigma humorístico, nos cabe imaginar la alegría del cineasta cuando en 1926 recibe el encargo de adaptar la novela cervantina. Bajo el patrocinio de la compañía Palladium Films, de Copenhague, Lauritzen viaja a España acompañado por dos de sus actores predilectos: el dúo cómico formado por el espigado Carl Schenstrøm y el rechoncho Harald Madsen. En los países nórdicos los llaman Fyrtaarnet y Bivognen, o resumidamente, Fy y Bi; los hispanohablantes, más castizos, prefieren nombrarlos Pat y Patachón.
La película se estrena en Madrid, en las salas Real Cinema y Príncipe Alfonso, el 26 de diciembre de 1927. Los críticos simpatizan con las gracias de Pat y Patachón, alabando de paso el desparpajo de actrices locales, como Marina Torres (Dulcinea), Carmen Toledo (Luscinda) y Lisa Baudi (Dorotea). Pero el elemento mejor valorado es, sin duda, la formidable escenografía. Conviene decirlo: las autoridades españolas se encargaron de que el equipo tuviera acceso a bienes muy apreciados de nuestro patrimonio artístico.