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En cierto sentido Klostret i Sendomir supone también un paso adelante en el intento de abolir la equivocada idea, vigente hoy día, de que sólo las historias llamadas de "final feliz" pueden ser representadas en el cine.
Hay una cosa que impresiona, sobre las demás, en esta película, y es la ausencia de la gran aparatosidad que el arte cinematográfico - cosa bastante comprensible dado el asunto tratado - normalmente acostumbra a utilizar.
El reparto incluye una docena de nombres y la trama se representa virtualmente sin interrupción en el reducido escenario que delimitan las paredes del castillo del Conde Starchensky. Puede apreciarse que estas restricciones en la libertad de movimientos han creado un problema bastante difícil en la puesta en escena de la película, y su aspecto de experimento del director no puede, o al menos no debería olvidarse a la hora de considerar el film.