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La premisa de la historia es que nos "creamos" que Pat (Marion Davies) es un muchacho de unos catorce años, algo impensable si te fijas en esos ojos inconmensurables y en el resto de la figura de miss Davies. Pero supongamos que te lo crees y sigues adelante con la película. Entonces el camino será más llano. Punto y aparte si consideramos cómo sería una trama como ésta en nuestros días, con la inclusión de un efebo que levanta pasiones prohibidas entre la platea, ya sea entre hombres o mujeres. Vamos a suponer que Jesús Franco (que en el cielo esté), te pilla un argumento como éste y con Lina Romay como protagonista; el resultado podría ser demasiado potente para el cuerpo.
El guión está bien descrito y la escenografía y decorados son espléndidos. Las calles y los atuendos de comienzos del siglo XIX en Nueva York están perfectamente reconstruidos y la trama incluye personajes reales, como el escritor Washington Irving y el inventor Robert Fulton, que enriquecen la historia. Hacia el final hay un paréntesis, tal vez innecesario, dando paso a la pelea entre dos boxeadores de la época, pero en realidad lo que espera el espectador es el momento en que Pat (Davies) se manifieste como la chica que es y Larry (Ford) se lleve la sorpresa de su vida.
Los intérpretes (y también los secundarios), cumplen con creces su cometido. Marion Davies es un "muchacho" encantador y, hasta cierto punto, perturbador; Harrison Ford es tan eficaz como nos tiene acostumbrados. Sidney Alcott, un director artesano donde los haya, demostró con creces su buen hacer y la película es de aquellas "que se hacían antes" que te dejan un bienestar y una sonrisilla en los labios que te hacen preguntar: "¿De qué me estoy riendo?". Más ya no os puedo decir.