Comentarios
Película que nos describe un hecho ficticio acaecido durante los agitados días de la Revolución rusa de 1905. El protagonista es el gobernador de una pequeña región donde abundan las huelgas por las pagas miserables que cobran los obreros. Desde San Petersburgo se insta a dicho gobernador para que termine con esas huelgas al precio que sea. Él, aunque duda, cede finalmente y llama al ejército, que dispara a un numeroso grupo de manifestantes reunidos ante el palacio gubernamental. El resultado es cuatro niños muertos. El calvario personal de ese hombre se inicia en ese instante. Cargado de remordimientos, en su propia casa encuentra el peor de sus enemigos: su esposa, que le aborrece por dicha mortandad infantil. Como compensación por su "enorme" hazaña, se le condecora con la codiciada Águila blanca. Terrible paradoja.
He leído no hace mucho el comentario de un compañero, no recuerdo de qué país, quien al postear esta película en KG afirma, rotundamente, que lo único salvable de la misma es la interpretación de los dos personajes masculinos protagonistas (Vsevolod Meyerhold y Vasili Kachalov); es decir, que todo lo demás es punto menos que bazofia. Pues bien, respetaremos esa opinión pero convendría comentar algunos puntos del filme que, a nuestro modo de ver, lo convierten en una obra más que destacable.
La técnica de Protazanov está más que ponderada y estudiada. Era un realizador pulcro, dotado de una escenografía virtuosista y que en este caso se acerca y no poco a los postulados de un Eisenstein, sin ir más lejos. Véase ese secuencia de la matanza, por ejemplo: ritmo sincopado, casi musical, montaje sin mácula, dramatismo y tensión en cada plano. La historia podría parecer tópica, pero la profundidad del estudio de los personajes es notable y la eleva muy por encima de la media. La fotografía es rica en efectos que resaltan cada acción. La crítica hacia el régimen es tan sangrante como las que Protazanov gustaba realizar; si en "El hombre del restaurante" esa crítica derivaba muchas veces hacia la ironía, aquí, la dureza del argumento no da pie a chanzas ni a sarcasmos. Y por último no podemos olvidar a la delicada Anna Sten, aquí esposa del gobernador, que cada vez que fija sus ojos en el objetivo, nos deslumbra.
Es una película que nos deja un regusto amargo, pero que se debe ver para acercarnos a episodios como éste, para detestarlos como se merecen y para rezar --quienes sepan hacerlo--, para que no vuelvan a repetirse, algo que nos suena utópico mientras lo escribimos (sobre todo viendo en lo que se ha convertido ahora mismo el mundo), pero que no por ello nos privaremos de señalar.