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Dicen (y yo me lo creo) que es la única actriz de cine mudo que sigue viva. Nació en 1918, es decir que cumplirá 101 añitos este octubre.
Baby Peggy-Montgomery no fue la única niña o niño prodigio de su época. Sus "rivales" en la pantalla fueron Jackie Coogan y Marie Osborne (Baby Marie). Lo que nadie le puede quitar es que fue la más precoz de todos: a los diecinueve meses su madre la llevó de visita a los estudios Century, de Sunset Boulevard, y casi se la quedaron inmediatamente. Luego paseó sus ojos achinados y su espontaneidad por más de ciento cincuenta cortos hasta que la contrató la Universal para intervenir en diversos largometrajes.
En 1922 ya recibía más de un millón doscientas mil cartas al año y en 1924 la llamaban "la niña del millón de dólares", ya que cobraba millón y medio por año. Tuvo su propia línea de productos (muñecas, partituras, joyas e incluso leche). Y una tal Frances Gumm, que recordaréis mejor por su nombre de batalla, Judy Garland, tenía más de una muñeca suya. A pesar de toda esta gloria, a comienzos de los treinta, con la llegada del sonoro, vivió casi en la pobreza, interviniendo como secundaria en papeles muy cortos. Quién se quedó con los millones que había ganado es un dato que desconocemos, pero tenemos nuestras conjeturas al respecto.
Cuando vio que el cine ya no contaba con ella, empezó a escribir biografías (la de la misma Garland) y cuentos infantiles, con el seudónimo de Diana Serra Cary. Fue defensora de los derechos de los niños actores y actuó también para la televisión. Tiene cortos imitando a Valentino, a Pola Negri e incluso a Carmen, la cigarrera. Y si aún os queda alguna duda sobre la cursilería de los niños prodigio en el cine (que los hubo y los habrá), echad un vistazo a estas películas y veréis de qué es capaz una niña de 6-8 años que no hacía otra cosas que interpretar con naturalidad a... una niña de 6-8 años.
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Sensible película, basada en un relato de Laura E. Richards y dirigida con buen pulso por el "todoterreno" Edward F. Cline.
Años más tarde, ya en el sonoro, Shirley Temple protagonizaría un remake. La historia camina en todo momento por la cuerda floja de la emotividad desaforada o la simple ñoñería, pero Cline sabe esquivar ambos aspectos negativos en casi todas las situaciones con dosis de buen humor y partiendo de unos personajes prototípicos que funcionan en la pantalla a las mil maravillas.
El guion se enrique con los añadidos de intriga (el rival de Judkins, que desea apartar a la niña del farero, como venganza por algo que pasó muchos años atrás; o la verdadera personalidad de "Capitán", cuando se descubre que pertenece a una familia de Boston). Los escenarios casi únicos de la película son el amplio mar que golpea los arrecifes que rodean al faro, el interior de la cabaña adyacente y el mismo recinto del faro, con su larguísima escalera de caracol que asciende hasta la luz que guía a los barcos y que sirve para que "Capitán" se deslice a toda velocidad por su barandilla.
Baby Peggy demuestra todas las impensables tablas que puede tener una niña de seis años dentro de una historia tan compleja como ésta, sin las cursilerías propias de otros niños prodigio que en el cine han sido. En el papel del veterano marinero se alza la figura estelar de un Hobart Bosworth que borda su trabajo. A partir de la mitad de la película se añade la aparición de la sensible Irene Rich y junto a todos ellos se intercalan espléndidos secundarios (el amigo de Judkins, el villano de turno, el sacerdote) que añaden un plus de calidad a la trama.
Así, pues, un relato sentimental tratado con dignidad, que tal vez hará saltar alguna lagrimilla a la platea. No os importe, llorar puede ser muy sano y, además, limpia el lagrimal.
Eddie Constanti