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Con la experiencia que ya tenía de sus cortos anteriores, Keaton enlazaba gags con absoluta limpieza. La historia de este corto podría no tener nada de especial, incluso con los destellos de cada gag, pero aquí se nos permite efectuar una comparación entre el vagabundo que nos ofrece Chaplin y el de Keaton. Uno es proclive al sentimentalismo y la moralina fácil; el otro es una víctima de la sociedad, que se busca la vida como mejor sabe, aunque a veces eso implique traspasar los límites de la ley.
Números como el del caballo de madera han sido repetidos hasta la saciedad (no hace mucho lo vi en una película del ochenta y tres). Aquí, además, Malcolm St. Clair reemplazaba a Eddie Cline como director adjunto, reservándose un papel dentro de la trama. Y no nos olvidemos de la bella Virginia Fox, heroína de no pocos cortos de Keaton de esa época.
(Eddie Constanti)
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«Oh, ¿quién nos rescatará de la seriedad para llegar por fin a ser serios de veras en el plano de un Shakespeare, de un Robert Burns, de un Julio Verne, de un Charles Chaplin? ¿Y Buster Keaton? Ése debería ser nuestro ejemplo, mucho más que los Flaubert, los Dostoievski y los Faulkner en los que sólo reverenciamos la carga de profundidad mientras olvidamos a Bouvard y Pécuchet, olvidamos a Foma Fomich y olvidamos la sonrisa con que el caballero sureño respondió a una invitación de la Casa Blanca: «Un almuerzo a quinientas millas queda demasiado lejos para mí». En cada escuela latinoamericana debería haber una gran foto de Buster Keaton, y en las fiestas patrias, el director pasaría películas de Chaplin y de Keaton para fomento de futuros cronopios.»
De Julio Cortázar, "La vuelta al día en ochenta mundos", 1967.