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Esta película merecería verse solo para deleitarse con la interpretación que Jules Berry hace del personaje de Batalá, un editor corrupto que manipula a sus trabajadores y se aprovecha de todos lo que con él tienen relación, especialmente las jovencitas que sucumben a sus discutibles encantos. Hace una creación magnífica, llena de matices y que nos parece muy contemporánea, para nuestra desgracia. En cada país de Europa deben tener sus “caraduras” oficiales, y en España hay bastantes recientes y parecidos al que encarnó el actor francés justo el año en que empezó la guerra civil.
Berry que tenía entonces cincuenta y tres años era un actor con una sólida formación humanística y teatral, y en esta ocasión comparte reparto con el también excelente René Lefevre, que lleva el peso narrativo de la película. También es memorable el trabajo de la actriz y cantante Odette Rousseau “Florette” en el papel de Valentine, la novia de Lange.
Renoir maneja todo a la perfección, con una gracia y un talento incontestables. Convierte la historia de un crimen en una comedia, eso sí, con un pie puesto en la denuncia y otro en la crónica sociológica y política de una Francia en la que unos trabajaban intentando salir honestamente adelante y otros vivían del cuento sin el más mínimo de los escrúpulos. Eso se puede decir de muchas formas, y el gran director elige la más divertida y, tal vez, la más eficaz en ese momento.
Hay secuencias y planos magníficos, algunos de ellos con una concepción muy moderna. Recordaré siempre la mirada de la pobre muchacha a la que el canalla precipita en las manos de otro corrupto como él al que le debe dinero, para variar.
El guión, inteligente, delicado y hermoso, está firmado por el propio Renoir y nada menos que por el poeta Jacques Prevert.
Hay que verla: el mejor cine francés y, por ende, el europeo está naciendo aquí.