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Atención a ese comienzo de la película: no hay intertítulos; plano de un hermoso reloj de sobremesa con péndulos moviéndose; mano de mujer que abre un bolso situado sobre una mesita; la misma mano que saca una pistolita del interior del bolso; primer plano de la mujer, que pregunta algo; plano de un hombre que niega con la cabeza; la mano de la mujer escribe algo en un bloc de notas sobre la mesita, apenas sin mirar su escritura; la mujer dirige la pistola hacia su pecho; corto plano del cañón de la pistola dirigido a la cámara, hacia el espectador; la mujer dispara y se desploma. Tiempo de la secuencia, treinta y seis segundos. Genial. Todo un curso acelerado de cinematografía en apenas medio minuto.
Sabemos que tarde o temprano el marido viudo tratará de vengarse sobre el amante de su mujer, que la llevó al suicidio. Lo que no podemos imaginarnos es de qué forma decidirá cumpliar dicha venganza (habréis de verlo vosotros mismos). Y enmedio del drama representado, la figura de otra mujer, la prima del amante, que será quien desencadene, sin proponérselo, el trágico final. Aquí Baroncelli vuelve a utilizar su máxima de economía de textos, cuando algo se puede explicar con imágenes: Mary ata cabos y empieza a comprender el drama que viven los dos hombres enfrentados: piensa en escenas que ha vivido y sobre su cabeza, superpuestas, aparecen correlativamente esas escenas.
Un papelón para Gabriel Gabrio, como el viudo. Es el mismo Gabrio (Jean Valjean) de "Los miserables", que ya os trajimos. Su interpretación podría haberse desmadrado con frecuencia, pero Gabrio sabe expresar emociones sin tirar de histrionismos. Ella es Mady Christians, uno de esos deliciosos rostros femeninos del silente francés. Baroncelli estaba a punto de entrar en el sonoro, donde tendría una suerte algo más irregular que en su etapa anterior. Pero su verdadero "testamento" cinematográfico ya estaba escrito y muy bien redactado, por cierto.
Eddie Constanti