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Este encantador cortometraje fue rodado en la Camarga, probablemente en el mismo lugar donde Jean Durand filmaba sus películas de vaqueros. La trama es muy simple. Un guardián se enamora de una parisina. Desesperado, se suicida cuando ella regresa a la capital. Pero, como siempre con Perret, apreciamos el encuadre, el hábil uso de los exteriores y el lado documental de la vida de la época. Vemos a las jóvenes arlesianas en traje tradicional salir a recoger almendras y regresar con sus cestas a la ciudad. El actor en el papel del guardián sobreactúa, imitando la desesperación grandilocuente. Pero el final, en el que cabalga a caballo a través de las olas para encontrar el reposo de la muerte, conserva su encanto intacto. Perret sabe cómo marcar el ritmo de una secuencia y darle la atmósfera necesaria.