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Premios
1962: Nominada al Oscar: Mejor vestuario (Blanco & Negro)
Ford tenía algo más de 65 años cuando rodó esta película. En aquella época el cine clásico se desangraba ya sin remisión; el trasvase de directores iniciados en la TV era imparable y los viejos artesanos tenían cada vez menos predicamento y debían adaptarse.
Tom Doniphon (John Wayne) quemó su casa protestando por un amor perdido y rindiéndose ante lo que sabía inevitable; Ford agotó un género desde la reflexión meticulosa y crepuscular.
Tom dejó su sitio a las compilaciones de legislación y a las asambleas de gentilhombres; Ford apuró posibilidades para que fueran otros, era el turno de esos otros, los que estiraran desde la sobreexcitación lo que él había detallado ya desde el brío y la ternura de un cine con ansias de mito y armazón de orfebrería en estado puro.
Tom disparó el último tiro para así convertir en leyenda el inevitable futuro en el que ya no tenía sitio; Ford grabó en un anticuado blanco y negro la perfección de una forma de hacer cine y dejó paso a la necesaria renovación, a la inexcusable evolución.
Y es que, por mucho que se insista en otorgar el calificativo de crepuscular a películas como Grupo Salvaje, es esta película de Ford la que mejor refleja aquello que esos antihéroes mitificados por el western clásico perdieron con la llegada del ferrocarril y de los “attorney at law”. Quizás porque el propio Ford se estaba disipando también entre el ineludible empuje de los Leone, los Lumet o los Frankenheimer, y ante esa imparable locomotora cuyo innovador trayecto culminaría en los 70.
Así que condensó toda la nostalgia que fue capaz de rescatar en un cactus, un sombrero vaquero a uno noventa y tres del suelo y en una vieja cabaña en llamas. Así lo hizo y luego se marchó. Y se marchó sí, ya lo creo. Aunque aún le quedaran tres o cuatro pelis más.
Se puso el parche, nos dio la espalda y se alejó después de descerrajarle un tiro a la historia del western, del cine clásico, del cine en general, del western crepuscular y a la madre que nos parió. John Ford, coño. John Ford es el cine.
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Un hombre le cuenta a otro lo que pasó... Comienza un flash-back apoyado en imágenes por el polvo que desprende una vieja carroza al pasar una mano sobre sus letras. Es mi película favorita. Es una gran historia de amor. Es el testamento de John Ford. Es el mejor western de la historia. Poder hablar de ella es un privilegio. Verla por primera vez es una suerte. Disfrutarla por enésima vez es casi una obligación....Melancólica y amarga, supone una elegía hacia el viejo hombre del oeste, hacia los antiguos y románticos tiempos en que el bien y el mal se manifestaban en individuos concretos, que no conocían otra ley que la de la pistola. Asimismo, es una reflexión sobre la necesidad de las leyes como un medio para proteger al débil del fuerte (mientras exista esta separación entre las personas), pero no duda en señalar la mezquindad del mundo teóricamente civilizado, que ha perdido el valor de la lealtad y el sacrificio, y que en su edificación ha enterrado a miles de hombres, en tristes y olvidados cementerios, sin ningún revólver ceñido a su cinturón.
El hombre que mató a Liberty Valance es una obra de arte porque encarna y actualiza lo “eterno en el hombre”, y rememora el pasado como algo que no constriñe la libertad sino que la provoca a actuar.