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Sydney Wood es el hijo de un conde viudo y está bastante solo. Su padre es un diplomático ocupado, su madre está muerta y su institutriz no lo deja jugar fuera del castillo. Es una vida dura, como estoy seguro de que estaréis de acuerdo, por lo que juega con sus enormes perros y lee sobre las valientes hazañas de sus nobles antepasados.
Cuando su padre trae a algunos diplomáticos alemanes, que en secreto fotografían la costa indefensa y lo insultan, él toma represalias quitándoles el sombrero con una honda cuando se van. Algunos cadetes de la escuela local lo ven haciendo esto y traban amistad con él, por lo que Sydney convence a su padre para que le deje unirse a la escuela local, donde naturalmente sobresale. Cuando se declara la guerra y los alemanes invaden furtivamente la zona donde patrullan los cadetes... Este argumento obviamente está destinado a las matinales infantiles y es el tipo de material que llenaría las páginas de revistas menores, especialmente a partir de que P. G. Wodehouse dejase de escribir sobre las tribulaciones de jugar al cricket en las escuelas públicas. Es breve, patriótico, absolutamente normativo y tiene un cameo del príncipe de Gales. ¡Hip, hip, hurra!
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Especie de cuento ejemplar, con niño aristócrata como protagonista y la Gran Guerra como telón de fondo. Y también una modesta aportación del director F. Martin Thorton (prolífico artesano del silente inglés), al particular ajuste de cuentas de los británicos contra el invasor alemán.
El hijo de un conde que es diplomático (por cierto, terrible fealdad la de ese actor), ansía reeditar las glorias guerreras de sus antepasados y la ocasión se la ofrece un malvado teutón, en principio huésped de su padre y más tarde, al iniciarse la guerra, temible invasor. El condesito palía su soledad en el castillo (su madre falleció años atrás), enrolándose con los cadetes infantiles del lugar. Gracias a su vigilancia por la zona costera descubren las artimañas de los germanos y...
No exenta de rasgos de humor, esta breve película discurre por sendas de sano entretenimiento y, lo que es principal, no se suma a esos enfervorizados arrebatos patrióticos a los que nos tenía acostumbrados el cine de esa época. La ambientación es muy correcta, el joven protagonista es un tanto antipático y el perro que le acompaña no encaja muy bien en su papel: se le advierte desganado y apático
