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Premios
1944: Nominada al Oscar: Mejor guión original
Veamos: la casquivana y alocada hija del poli local de una ciudad del Medio Oeste, un tipo viudo y más bien irascible y autoritario, acude, sin el permiso de su padre y gracias a la ayuda de un atolondrado amigo, enamorado de ella desde la infancia (algo así como Milhouse Van Houten), a una fiesta en honor a los soldados que parten hacia la guerra. Tras una noche desenfrenada, regresa a su casa como una cuba y casada con un soldado cuyo nombre no recuerda. Para colmo, unos días después descubre que está embarazada. A la búsqueda infructuosa del soldado le sigue la imposibilidad de romper el matrimonio y la necesidad de encontrar un padre para la criatura.
No es extraño, cuando se para uno a pensar en el argumento de esta película, escrita y dirigida, no lo olvidemos, en una época de profunda estrechez ideológica y mientras se libraba la guerra más devastadora que recuerda el mundo, que el gran novelista, guionista y crítico de cine James Agee dijera tras verla que daba la impresión de que Preston Sturges hubiera violado al código Hays mientras este dormía. Y no una, sino varias veces, añadiría uno humildemente. No parece, desde luego, muy sensato que nadie pudiera en aquella época atreverse a tratar tan a la ligera temas como los que aborda esta película y salir de ello indemne. Y sin embargo, Sturges lo logra. Su secreto parece radicar en la presencia de dos discursos paralelos, uno devastadoramente cómico y enloquecido, que pisotea las convenciones sociales y cinematográficas de la época como un elefante a la carrera, y otro que se detiene y se remansa en los sentimientos de unos personajes que si bien en el carril cómico de la vía están dibujados más como caricaturas que como seres humanos, se matizan y perfilan en estos momentos de sosiego y adquieren, en consecuencia, mayor hondura emocional.
Tras un arranque demoledor, la película avanza, de este modo, combinando y dosificando con gran habilidad ambos discursos, de modo que la mezcla de situaciones hilarantes, sostenidas tanto sobre el ingenio verbal como en recursos más propios del “slapstick” (caídas, tropezones, gritos y golpes: hay, en mi opinión, un exceso, como si Sturges quisiera asegurarse de hacer reír a la gente recurriendo a valores supuestamente seguros del humor), y situaciones más tiernas y sentimentales, logra que el ritmo apenas decaiga a lo largo de todo el metraje, hasta el brutal acelerón final, en que la acción enloquece como en los primeros minutos y alcanza su cénit en un caótico paritorio de hospital, donde tiene lugar el “milagro” del título, que, por supuesto, no vamos a desvelar. Baste decir, para que lo sepan quienes no han visto todavía esta peli, que el susodicho milagrito provoca la ira de Hitler y la dimisión del mismísimo Mussolini.