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Ante todo, una vez más, hemos de pedir disculpas por presentar otra película con el molesto contador al pie. Es lo que hay y pensamos que un Feuillade rescatado del olvido como éste merece un poco de sacrificio.
Película tal vez de las más intimistas del francés, el tema de fondo gira en torno al amor --¡siempre el amor!--, aunque con una ligera variante: él se hace pasar por pobre, cuando es hijo de un acaudalado general, dado que ella prefiere a los pobres y no a los ricos. De hecho, hay otras razones para que la trama se complique un poco más, pero ya sabéis que aquí no vamos a soltar prenda.
Dado el intimismo que ya hemos citado, Feuillade se adorna con filigranas estéticas de alto calado; contrapuntos como el de la protagonista y la rosa funcionan magistralmente: ella escribe a máquina - toma las rosas de un jarrón situado ante sus ojos - las huele - corte directo a flores en la naturaleza, a campos en primavera, a nenúfares flotando en un lago - nuevo corte y volvemos a la protagonista, dejando las rosas en la mesa. Diez segundos de pura genialidad. El resto de recursos de Feuillade son más breves que otras veces, dado que las escenas en interiores proliferan. De cualquier forma no faltan las callejas de París, pescadores en el río...
El triunfador de la sesión es, sin duda, René Poyen, "Bout de Zan" (¿lo recordáis?), aquí con quince años pero el mismo desparpajo que mostraba en los cortos citados. Él monta y desmonta el argumento, interviene para desfacer entuertos y no para en los setenta y dos minutos de metraje. También cabe citar el reposado papel de la abuela, el del general con gota, el del vecino irascible (muy bien logrado) y el de la niña salvada de las aguas (un prodigio de naturalidad, la veremos de nuevo junto a Poyen en "Pierrot y Pierrette"). ¿Algún aspecto negativo? Sandra Milowanoff, la protagonista. La reconoceréis enseguida, ya que os hemos traído más de una película suya en este foro. Provenía de los Ballets Rusos y --voy a ser un poco cruel--, mejor hubiera hecho danzando en los escenarios. Mujer bellísima, era tan gélida e inexpresiva como una bolsa de menestra congelada. Se movía con tanta displicencia y desgana que te apetecería darle un par de cucharadas de Cerebrino Mandri para ver si reaccionaba. Suponiendo que aún exista el Cerebrino, que ésta es otra...