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A comienzos de la década de los treinta, los kulaks (agricultores que poseían grandes extensiones de terreno cultivable desde la época zarista), se oponían, como era lógico a su forma de pensar, a la colectivización. Paralelamente, la mujer debía asumir el estatus que se le asignaba, es decir, cuidar de las tareas domésticas y parir. En este contexto se centra la historia de una joven, Mashka, que se opone a estas ideas ancestrales y desea estudiar para salir de este infierno por sus mismos valores como persona. Recibe las burlas de todo el mundo, incluido su propio marido, pero sigue adelante hasta conseguir lo que deseaba: un oficio y una autonomía personal. La fuerza de las imágenes de esta película es ejemplar: el agrupamiento de los niños del poblado en una sola cuidadora, mientras las mujeres se van a trabajar; la novatada que debe sufrir Mashka cuando entra en el taller de mecánica (espléndida secuencia en la que sostiene en la palma de la mano un perno al rojo vivo); la rabia incontrolada del kulak que prefiere destruir sus campos de trigo antes que compartirlos; la pelea entre mujeres junto al pozo... Planos bucólicos de manzanos; terribles, como la madre que golpea a sus hijos por su misma impotencia al no tener nada para darles de comer. Se suele decir, a veces un tanto alegremente, que tal o cual película es "una lección de cine". Ésta lo es y no sólo de arte cinematográfico, sino de reivindicaciones, de lucha contra costumbres arcaicas, de la gestión de nuevos modos de vida frente a los preceptos caducos. Dirige Efim Dzigan, no muy prodigado director ruso, pero que con esta película se erige como un de los mejores.
Eduard José Gasulla