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No es El navegante una película que deje un recuerdo importante. Posiblemente su argumento sea tan disparatado y divertido como fácil de olvidar. En ese sentido se queda algún punto por debajo de El maquinista de la general.
Dejando a un lado este aspecto, El navegante ofrece 70 minutos de ingenio, diversión y gags de lo más original. El guión es perfecto en el que una escena y su respectivo gag enlazan con la siguiente con total soltura y naturalidad.
El argumento, como ya he dicho, puede resultar ligero y muy disparatado, pero está llevado a un ritmo que ya quisieran tener muchas comedias actuales.
Y por encima de todo está Buster Keaton, un actor que con la mínima expresión lo dice todo y más.
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En sus Films Notes (pág. 45) apunta Iris Barry una sutil observación: la de que Buster Keaton toma el problema de Robinsón Crusoe bajo un signo exactamente contrario. En efecto: mientras que Robinsón, en una isla desierta, tiene que crear los rudimentos de la civilización, Buster y su chica, aislados en un medio supertécnico, han de crear los rudimentos de la existencia natural. Así, Robinsón no puede cocer un huevo porque carece de caldera y de fuego para lograrlo, en tanto que Buster tampoco puede hacerlo porque la instalación de que dispone sirve para hervir trescientos huevos y no uno solo.
Carlos Fernández Cuenca