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El Comité americano para la Francia devastada se creó para ayudar a la población francesa durante y después de la Primera Guerra Mundial. Esta película la filmaron a mayor honra y gloria de dicho Comité, e incluso está producida por los dirigentes de ese estamento. Como mínimo enlace para que el relato no sea un simple documental, se añade a una familia de campesinos que sufren en primera persona los desastres de la contienda, presentándolos como arquetipo de las desgracias que soportaron muchas otras familias.
Así, no nos debe extrañar que las imágenes que configuran el guión sean un canto y una loa al Comité mencionado, que proporciona transporte a los refugiados que huyen de las bombas germanas, les ayuda a encontrar un hogar provisional y, tras firmarse el armisticio, trata de reintegrar esas gentes a su lugar natal y superar el dolor y las pérdidas de la guerra.
Ocurre, sin embargo, que ese canto y esa loa a los servicios del Comité se hace tan omnipresente y machacona que acaba por molestar: "El Comité lleva tractores a la aldea para que los campesinos puedan trabajar la tierra", "El Comité abre un nuevo dispensario", "El Comité no deja que los niños pierdan una costumbre tan sana como merendar y les ofrece pasteles y leche cada tarde", "El mariscal Petain alaba al Comité por su gran labor", "El Comité utiliza a prisioneros alemanes para rehabilitar viviendas destruidas por la guerra", etcétera.
Un aspecto positivo de tanto chovinismo a lo yanqui es que de vez en cuando se nos muestran imágenes de noticiarios de la época, lo que da al producto cierta verosimilitud. Por lo demás, ya sabéis: si tenéis un hijo con escarlatina, llamad al Comité que, aunque haya pasado mucho tiempo, seguro que os manda a un funcionario con una tanda de vacunas. No cuesta nada probar.
Eduard José Gasulla