Comentarios
Cadenas de audio:
1ª.- Acompañamiento con piano
2ª.- Audiocomentario
3ª.- Banda original (está incompleta)
The Vanishing American tuvo, desde luego, el éxito suficiente como para que la Paramount ofreciera una continuación-Redskin (1928) que también protagonizaba Richard Dix- y, en esta ocasión, la segunda parte fue infinitamente mejor que la primera. Quizás salió bien porque se contentaba con ser un honesto (pero no exagerado) melodrama, que no mostraba ninguna nota de protesta social a no ser la que derivaba, de forma natural, del argumento. Los avances técnicos, sorprendentemente poco explotados en los westerns, influyeron mucho en el éxito de la película. Era una historia que comenzaba en el Este, cuando Dix todavía era un indio educado en un colegio, y le seguía hasta el Oeste, donde los renegados blancos intentaban robarle la fortuna que había obtenido del petróleo descubierto en los territorios navajos. Las secuencias en el colegio estaban positivadas en tono sepia y todas las del Oeste en el nuevo y muy agradable (sobre todo en su utilización en esta película) Technicolor. Además, el clímax, lleno de tensión y poco convencional, en el que Dix viaja por tierra para vencer a los malvados en la oficina de registro, estaba diseñado para su exhibición en la enorme pantalla Magnascope. Finalmente, la película, que se estrenó a principios de 1929, se beneficiaba de la música original y de los efectos de sonido. El color, la pantalla panorámica y el sonido ayudaban a realzar un filme que ya era mucho mejor que aquel en el que se había inspirado, aunque, por ser de menor alcance, no era exactamente un filme épico.