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Y nos la debía para subsanar aquello que quedó inconcluso en La semilla del Diablo. Y juega a eso, a resarcirnos por aquello, durante buena parte del metraje; a la ambigüedad, a la sutileza. Luego revela también, acaba haciéndolo, demasiado; me sorprenden un tanto las dudas aquí formuladas sobre el final de la cinta. Y ahí la película deja demasiados resquicios para que el espectador se apoye, para obsequiarle con la conclusión y la explicación detallada, sin opción a que cada uno ponga su propio colofón basándose en su cosecha de miedos y obsesiones.
Se queda a medias, por tanto, en la recreación atmosférica de la paranoia, en la pesadilla kafkiana, en el deforme misterio de escalera de vecinos e introspecciones psicológicas varias. Y, aunque es una cinta absolutamente recomendable por la libertad con que se gestó, no me parece en absoluto tan compleja como se comenta. El propio Polanski nos vuelve a escamotear finalmente esa posibilidad, como en Rosemary´s. Pero, claro, el clima de la cinta protagonizada por la Farrow es infinitamente más opresivo. Y, ya que estamos, el de Repulsión también, por cierto.
Quizás algún día le suba un punto. Y será, claro, por esa Adjani veinteañera (anticipo no tan neumático de la Belluci, pero mucho más intenso por su perfecta naturalidad), de gafas enormes, botas, abrigo de solapa lanuda y pelo salvaje, ensortijado en volúmenes imposibles, que enmarca unos pómulos y unos labios que, si no son los más perfectos de la historia del cine, deberían serlo.