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Premios
1950: Oscar: Mejor fotografía B/N. 3 nominaciones
1949: Premios BAFTA: Mejor película británica. Nominada a Mejor película
1949: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor dirección
1949: Festival de Cannes: Gran Premio del festival (mejor película)
Pura leyenda, puro mito, puro CINE con mayúsculas. G. Greene, autor de la historia y del guión, el director C. Reed y O.Welles, con su poderosa presencia, forman el trípode que sustenta este inmortal thriller, obra maestra absoluta del cine de todos los tiempos. Motivo de polémica durante años, hoy casi nadie discute la autoría del film, un C. Reed en la cúspide de su talento creativo, pero a nadie se le escapa que un genio como O. Welles debió de tener mucho que ver en el tratamiento del personaje de Harry Lime y su plasmación en imágenes. Creación arrolladora de Welles, que domina el film de principio a fin, lo marcó de forma definitoria hasta su muerte.
Partiendo de una premisa argumental sencilla, -Martins (Cotten), un escritor de novelas baratas del oeste viaja a Viena donde Lime (Welles) su mejor amigo le ha ofrecido trabajo, para descubrir al llegar que ha muerto atropellado-, que nos sumerge en un alambicado relato de intriga en el marco incomparable de la Viena de la posguerra, poco a poco vamos descubriendo una fascinante galería de personajes que intentan sobrevivir a las secuelas de la guerra. Ante nosotros aparece, con toda su crudeza, un sórdido mundo que transita entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral, lo ético y lo que no lo es. Con un guión extraordinario de míticos diálogos que ya son historia, “El tercer hombre” se erige, bajo la soberbia dirección de C. Reed, como uno de los más lúcidos estudios sobre el egoísmo, el cinismo y la maldad del ser humano, y nos plantea el terrible dilema moral de tener que escoger entre la fidelidad y lo éticamente correcto. Bañada por un extraño halito de romanticismo y con una historia de amor imposible, nos deslumbra por la barroca puesta en escena, la impresionante fotografía expresionista de R. Krasker -opresiva y llena de sombras-, los míticos planos inclinados asociados a la duda, el sensacional montaje, los silencios y ecos que estallan en nuestros oídos, y por la inmortal cítara de A. Karas. Con un espléndido reparto en estado de gracia, desde el discreto pero memorable J. Cotten -en el mejor papel de su carrera-, la bellísima, enigmática y sublime A. Valli, un T. Howard sencillamente perfecto, hasta la impresionante interpretación que ese autentico monstruo de la escena que era O. Welles hace del personaje de Harry Lime, para la inmortalidad nos ha quedado la mejor presentación de un personaje de la historia, el encuentro en la noria del Prater vienes -con el mítico monologo de Welles-, la magistral secuencia de persecución por las cloacas de la ciudad -con ese impagable gesto final de asentimiento-, y ese arriesgadísimo, duro y desolador plano final de más de dos minutos de duración. Una impresionante obra maestra, absolutamente imprescindible.