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Premios
1999: Valladolid: Premio de la Crítica. Mejor actor
1999: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro (mejor película)
Si usted es de los que aprecian el cine de Takeshi Kitano por sus recreaciones neo-noir del mundo de la yakuza (es decir, porque sus películas le recuerdan a "El padrino" remakeado por el equipo de "Humor Amarillo", su verdadera obra maestra), por esos personajes en los que el nihilismo inherente al género se combina con un cierto grado cero del pensamiento zen (porque se parte el eje con la cara de "empanaos" de los actores), y por su tratamiento estilizado de la violencia, de estirpe netamente posmoderna (porque le gusta ver cómo les bailan los mofletes en las escenas de tiros y sangraza a cámara lenta), ésta, definitivamente, NO es su película. Mientras muchos elevaban a su director a los altares tras comprobar con cuánta ternura y originalidad abandonaba la violencia y dejaba que los niños se acercasen a él en esta conmovedora parábola, con ecos de Vigo, Ozu y Kurosawa, sobre el poder redentor de la amistad, otros pasaban, todavía en la sala de cine, por las fases sucesivas de negación, ira, negociación, depresión, rem y sueño profundo; entre ellos, el montador. Visualicen la historia de "Marco" en clave road movie, pero en autostop; imagínensela escrita por Cándida, dirigida por Garci, y protagonizada por el Piraña japonés y un tipo con cara de pizza congelada y los modales de La Masa; súmenle unos planos eternos, un humor de cine mudo (magistral la secuencia de la piscina) y una músiquilla escrita por el becario de Michael Nyman, y tendrán esta película. Tan extraña como entrañable, aunque no sepamos por qué. Qué raro es el cine.