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Visto el corto, he estado pensando durante todo su breve metraje en la propia figura de Summers. Más bien en el "caso" Summers. Porque es un misterio lo que aconteció con su carrera como director. De cómo pasó de ser, justificademente, la gran esperanza del cine español (y este cortometraje-práctica.pese a sus insuficiencias perfectamente lógicas, es prueba fehaciente de ello), a terminar su carrera de la forma más lamentable que uno recuerda (descojonándose literalmente de las pobres gentes y sirviendo a discursos carpetovetónicos). Es una de las grandes incógnitas del cine español.
El corto atesora originalidad, arrojo y maneja muy bien tanto los interiores como los exteriores, es reflexivo sin caer en lo discursivo, y contiene más y mejores ideas que el grueso del cine español de la época. Hay influencia capriana (y bergmaniana) pero a la vez tamizada por una negrura típicamente española. Pudiera denominar al film del negro rosáceo a lo más negro. No sé por qué pero la parte final me ha recordado a la también parte final de La cabina de Mercero (no es que tengan que ver, pero...). La mirada que arroja el anciano, a través de la ventanilla del autobús de la muerte, a los transeúntes que siguen con su rutinaria cotidianeidad, es uno de los grandes momentos para el recuerdo, ya que hace sentir como pocas veces se ha logrado en el cine, la soledad del individuo ante la muerte. Estamos ante un pequeño relato cruel pero a la vez cariñoso con sus personajes, un cariño que Summers iría perdiendo progresivamente hasta convertirlo en burla sardónica.