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Restauración 2002
Charles Vanel. Toda una institución en el cine francés, con más de 70 años de carrera como actor... pero que también realizó un largometraje. Una auténtica joya que pasó sin pena ni gloria en su momento -a pesar de las excelentes críticas que cosechó- en una convulsa situación en la que ya nadie confiaba en el silente. Sin embargo, Vanel se empleó a fondo, y de qué manera, en la realización de esta película. A pesar de algunos pequeños reproches de guión que pudieran hacérsele y, sobre todo, la ridiculez del final, impuesta por la productora, el francés demuestra un gran talento para la dirección. Encuadres, transiciones, originales intertítulos que forman parte de la escena, cierto aire experimental... ponen de manifiesto una maestría incipiente que lamentablemente no tuvo ninguna continuidad, si exceptuamos un cortometraje posterior, Affaire classé, en 1932.
Esta postrera película silente, que por momentos me recuerda el Acciaio de Ruttmann, fue rodada en otoño del 29, en las canteras de Boyeux-Saint-Jérôme, a unos cuantos kilómetros de Jujurieux, cerca de Lyon. Es un intenso drama que contiene un documental acerca de la vida de los obreros. Pero lo que la hace imprescindible es que constituye uno de los últimos exponentes del arte silente en todo su esplendor y, curiosamente, quizá como testimonio de moribundo que se resiste a abandonar un estilo de vida, es una de las películas silentes donde menos mueven la boca los actores. Sorprendentemente, con esta película, Vanel tuvo el gran mérito de poner el broche de oro al silente francés 35 años después.
Lo que me seduce de la película es su firme deseo de incomodar. Para emplear una expresión tan ingenua como definitiva (creo que es de Zola) el director Vanel dit son fait à la vie (le dice sin tapujos a la vida lo que piensa de ella). Lo dice groseramente, sin concesiones, brutalmente. A los amantes de los primeros planos, sangre. A los inocentes admiradores del montaje, pingajos de carne. A los golosos de tarjetas postales artísticas, toda la crudeza de la vida. Y que también haya en esta película un clamor de reuniones públicas y de barricadas, en suma, una serie de puñetazos demasiado salvajes y siempre vigorosos, dignos de un estribador, es lo que, para mí, arregla del todo el estado de las cosas. Pues, finalmente, el cine es demasiadas veces mofa y ñoñería. Para engatusar a la censura (que quería, parece ser, prohibir la película) el productor ha añadido un "final feliz", que hace creer que (esto no os lo voy a contar, naturalmente). Pero el público, espero, no se equivocará.