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En otro archivo Que Grande es el Cine, de José Luis Garci. Programa 236. Presentación y coloquio.
Fecha de emisión: 11-diciembre-2000. Invitados: Juan M. de Prada, Coloma Fdez. Armero y Fdo. Rguez. Lafuente.
Premios
1939: 2 nominaciones al Oscar: Mejor bso (adaptada), sonido
Algunos de los realizadores y operadores que emigraron de Alemania y Austria a raíz del ascenso del nazismo siguieron fieles a la estética con la cual habían crecido: el expresionismo. Entre estos se encuentran Edgar G. Ulmer o Robert Siodmak (siempre aferrados a la producción de serie B, sobre todo el primero). Otros, sin embargo, se adaptarían a los modos del cine norteamericano, aportándole algunas de sus obras cumbre, como Fritz Lang o Billy Wilder. William Dieterle es un caso sin parangón dentro de este panorama.
Dieterle, avalado por su amplia experiencia como actor y director teatral, aprovecharía esos claroscuros, pero no con intención de inquietar, más bien para crear una poética de lo insólito coronada por su extraño concepto de la belleza. Buena muestra de ello es Esmeralda la Zíngara, o Jennie (Portrait of Jennie, 1948).
Para el rodaje de Esmeralda... se aprovecharon los decorados de una adaptación anterior de la obra de Victor Hugo, El jorobado de Nuestra Señora de París (The Hunchback of Notre Dame, 1923), de Wallace Worsley, con Lon Chaney, "el hombre de las mil caras", como maestro de ceremonias.
En la versión de Dieterle (que data de cincuenta años antes de que la Disney convirtiera a Quasimodo en una domesticada mascota), el papel del jorobado recae sobre el glorioso Charles Laughton, y Esmeralda es encarnada por Maureen O´Hara. Incluso en breve papel tenemos a Fritz Leiber padre... Esmeralda... presenta, ante todo, un amor fou, un melodrama tremendo que ensalza, por un lado, la belleza interior del torturado Quasimodo, y, por otro, la belleza, tanto interior como exterior, de Esmeralda.
El film denuncia el ostracismo sufrido tanto por el deforme Quasimodo como por los gitanos; en definitiva, defiende al diferente, tal y como hiciese Tod Browning en La parada de los monstruos (Freaks, 1932) o, décadas después, David Lynch con El hombre elefante (The Elephant Man, 1980), o Tim Burton con Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990) o Ed Wood (Ed Wood, 1994).
Una secuencia para el recuerdo, como testimonio del patetismo que Charles Laughton sabe insuflar a su personaje, es cuando a Quasimodo le atan en la picota y, después de haberlo flagelado, éste, aún atado, suplica por un poco de agua. Estremecedor. Todo ello, retratado en un blanco y negro que otorga vislumbres pictóricos tanto a la bella reproducción de la catedral de París como a las almas -ora oscuras, ora brillantes- de los personajes.