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Vigoroso relato dirigido por René Leprince, que cuenta con la gran baza de estar filmado en un pueblecito de pescadores de la Bretaña, con bellos exteriores marinos. La figura del padre amable para unos y despótico para otros no es nueva en el cine. Aquí está llevada hasta las últimas consecuencias y el destino, en su papel de justiciero, jugará un mala pasada a ese Lefranc tiránico y rencoroso.
La mejor parte de la película se la llevan los niños de ambas familias, quienes serán, al final, los que arreglen la situación con la lógica y sencillez de las almas infantiles, haciendo caer la venda del padre (ahora ya abuelo) y obligándole a rectificar, aunque la lección recibida comporte dimensiones terribles. La ambientación es excelente y los detalles de la vida en el pueblecito costero enriquecen la producción. Hay también un conato de crítica social cuando los pescadores se enfrentan al armador para que les rebaje el precio del alquiler de sus barcas, pero el conflicto se estrella contra la falta de corazón de Lefranc.
Una bonita, dura y, en ocasiones, emotiva historia.
Eddie Constanti