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Este corto de Harry Langdon es una de esas piezas que son, casi, a partes iguales, hilarantes y tristes, pero está cien por cien maravillosamente bien construido y es fascinante en todo momento. La película es una gran y efectiva encapsulación del personaje y el lugar que ocupa Harry en el mundo: vive en el universo real donde las familias echan a sus hijos improductivos y todos necesitan dinero, lo cual es difícil de conseguir. Él es la única pequeña persona que confía en sí mismo y en que puede ser músico sin importar lo mal que toque. Cuando le dan un diploma que él cree que lo convierte en un nuevo Paganini, besa a su madre y trata de estrechar la mano de su padre... antes de que lo lancen a la calle. Ahí empezamos a sentir realmente pena por él. Pero ese "él", no nos engañemos, era "su" personaje.
La habitación barata de Harry, las calles míseras y los personajes secundarios son todos crudamente realistas y tristes, y eso sólo aumenta la incongruencia que destila el humor de Langdon. Hay algo entrañable en la soledad del mundo que se enfrenta a él... y al mismo tiempo ese algo es extremadamente divertido. Langdon está eficaz en su papel, como siempre. Sus reacciones y pantomimas en las situaciones más incómodas nos ganan desde la primera escena. Y no dejaremos sin citar la que, para nuestro gusto, es la mejor imagen, con Harry dentro de una gran jaula en la calle.