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Película que, particularmente, este modesto cronista adora. Presenta las aventuras de una pirata del aire, que en pleno 1915 se permite asaltar a bancos y ricachones desde una especie de zeppelin creado por ella, mediante el cual se traslada por el aire, observa los tesoros codiciados y se desliza por una escalerilla para robarlos y luego escapar impunemente. Como es lógico aparece el típico detective que se jacta de que puede atrapar al (la) bandido(a) llamado(a) Filibus en una sola noche. Nadie sabe, por supuesto, que Filibus es una mujer y en eso se basa gran parte del éxito de la película.
Cristina Ruspoli (Filibus), no sólo se disfraza de hombre, sino que se permite enamorar y galantear a la hija de un millonario, posible víctima de la aeropirata. Es decir, seguimos estando en 1915 y entramos en un desternillante caso de lesbianismo en la pantalla. Pero el desparpajo del director (Mario Roncoroni) no termina ahí. El buen hombre nos ofrece un jocoso lote de absurdidades que entran de lleno en el más puro surrealismo. Imágenes adelantadas a su tiempo, mecanismos enternecedoramente naïf, peripecias entre ladrones y policías (éstos son los que suelen perder siempre la partida), etcétera.
No hay tiempo para el aburrimiento y está prohibido apartar la vista de la pantalla ni siquiera un segundo. Cada lance conduce a la risa, cada plano a una sorpresa. La copia, además, está restaurada y con los virados de color del original. Aventuras que podrían --¿por qué no?-- ser la avanzadilla de Batman, duquesas que pierden sus colgantes, escarnios al sistema establecido... Yo la tengo como una de las películas que mostraría a mis hijos para enseñarles a querer al cine. Suponiendo que tuviera hijos... pero ésa es otra historia, como diría el propietario del bar de "Irma la dulce".