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Un "Raffke" fue el argot de la era de Weimar para un acumulador de dinero. Los sets de la película fueron diseñados por el director de arte Jacek Rotmil.
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Realizada en la época de la hiperinflación en Alemania, "Fräulein Raffke" comienza como una sátira aguda sobre la avaricia y el aburrimiento de los ricos, que incluye un baile alrededor de un becerro de oro, pero luego deriva hacia un efectivo melodrama. Dirigida con mano experta por Richard Eichberg, uno de los realizadores más importantes de películas de "entretenimiento" en la Alemania de la década de 1920, la película es un espléndido escaparate para el gran Werner Krauss, quien interpreta a Raffke, en palabras de Siegfried Kracauer (1923), como "un hombre con sentimientos saludables que se enriqueció de la noche a la mañana, un tipo que vive y deja vivir y que usa su riqueza de una manera deliciosamente bárbara". El joven Hans Albers tiene un papel muy diferente a los que más tarde le hicieron famoso ("Asfalto", "Munchhausen", entre otras), pero se muestra muy convincente como el barón sin escrúpulos; y Lee Parry y Lydia Potechina son excelentes protagonistas femeninas.
(Eddie Constanti)
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Siempre cabalgando entre el cine comercial y los intentos de obras más comprometidas, Richard Eichberg, director y productor, empezó en el negocio de las películas en 1915 y sus últimos productos datan de finales de los cuarenta. Aquí nos ofrece un melodrama de costumbres con varios ejes protagonistas, como un padre nuevo rico que piensa que con dinero se puede comprar todo, una hija que sabe muy bien quién debe ser su marido y un barón arruinado que se dedica a estafar al ricachón tanto como puede, secundado por una bailarina llamada Tatiana que, por supuesto, debía ser rusa por fuerza. El guión, en las manos de un Oswald (y ya no digamos un Lubistch), hubiese dado mucho más de sí. Por ejemplo, el personaje del barón falsario era propicio para ser explotado a fondo, pero hay lo que hay, esto es, un relato bien construido, una buena ambientación y unos intérpretes algo sobreactuados, empezando por Werner Krauss que aquí, cosa rara en él, está bastante pasado de rosca. Por cierto, el final que nos ha llegado se nos antoja un poco brusco; pero igual nos equivocamos. De cualquier forma es un filme que no cansa, se ve con agrado y que nos permite meditar unos instantes en aquella moraleja tan sabia: el dinero no hace la felicidad.
Eduard José Gasulla