Comentarios
No descubrimos nada diciendo que los seriales de esa época que nos ocupa siempre solían estar basados en el mismo patrón: un malo (o varios malos) que discurren por la historia haciéndoselo pasar muy mal al bueno (o buenos), para desembocar en un episodio final donde la maldad recibía su justo castigo. Pero he aquí que a Germaine Dulac se le ocurrió que podría cambiar esas coordenadas clásicas gestando una producción que es todo un canto sublimado al cinéma de qualité, dicha esta referencia con todos los acentos peyorativos que se le quieran añadir.
Así, Dulac sacrifica la intriga y tensión de la historia ofreciéndonos un interminable recital del uso y abuso de prismas y lentes que descomponen las figuras, de planos subjetivos con enmascaramiento de la imagen, de elipsis sobre elipsis y luego más elipsis y de miradas al vacío que no tienen fin. Invitamos a quien nos acepte la apuesta, a que nos indique en qué otra película se albergan más miradas al más allá que en ésta. Plano de "X" que rememora hechos pasados (veinte segundos), contraplano de "Z" que le da la réplica, pensando también en sus recuerdos más cercanos (veinte segundos más), plano de árboles que se mecen al viento (veinte segundos), regreso al plano de "X", que sigue en posición estática ("Ah -entonces comprendemos- Es que 'X' recuerda aquella vez que estuvo bajo los árboles que se mecían al viento"); y para culminar la obra de arte, pues mira, aquí quedaría bien una lamparita cayendo al sueño al ralentí. ¿Captáis por dónde van los tiros?
Todo ello configura un relato bastante soporífero, donde el misterio de la trama queda totalmente ahogado por ese preciosismo a ultranza y donde hay episodios (entre el cuarto y el quinto), en que uno se desentiende del drama que supuestamente se vive en la pantalla y decide emprender otras actividades más interesantes como, por ejemplo, servirse un vermut con sifón, revisar las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín de sus años mozos o, mejor aún, hacer el amor con la parienta, si ésta quiere, por supuesto. El único que no tiene escapatoria a este festival de la letargia es el bueno del traductor, que se tuvo que tragar cinco horas de las más cansinas de su vida.
En resumen, todos los recursos cinematográficos que disponía madame Dulac para transformar una historia de misterio y aventuras en un tratado sobre la pesadez en trescientos minutos. Pero con mucha qualité, sin duda.
Eddie Constanti