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Pues bien, aquí tenemos al inefable Biscot en toda su salsa, saludablemente desmadrado y utilizando todos sus recursos cómicos al servicio de una historia enloquecida (¿habéis probado a tocaros la nariz con la lengua?). Pero Feuillade tampoco se queda atrás en tan gozoso disparate: aplica trucos del legendario Mèliés y nos demuestra una vez más que él también era un mago... de la iluminación (las escenas de interiores son un prodigio de puesta en escena). Atención al gag del pelo erizado por el miedo: más adelante lo repetiría Harold Lloyd en varios de sus cortos. Sobre la trama no vamos a desvelar gran cosa más, queremos que la sorpresa os estalle en la cara, como nos pasó a nosotros; sólo añadiremos que hay algún chiste visual que ahora mismo se podría encontrar en las historietas de Mortadelo y Filemón. Os propongo, pues, que dediquéis treinta y pocos minutos de vuestra vida a esta cataclísmica experiencia; no os arrepentiréis.
Una nota como colofón. Viendo el corto, en sus primeros planos, he comprobado el parecido físico de Biscot con un cómico australiano hoy completamente olvidado: "Snub" Pollard (a excepción del bigote, claro).