Comentarios
Mary es una joven casi encerrada en la lujosa casa de su padrastro. Al morir su madre, él se encargó de mantenerla, pero su trato hacia Mary es infame e incluso le priva de las menores alegrías que la joven pueda tener, como, por ejemplo, un jarrón con flores. Por suerte para ella, ese padrastro muere de la forma más limpia y funcional que hayamos visto en una pantalla y Mary se queda con su herencia, que no es pequeña. Sin embargo, la cláusula principal de ese documento exige que la joven vaya un año a vivir con su tío --hermano de su padrastro-- y, además, que no se case durante ese tiempo, algo que la familia de Mary verá con muy buenos ojos, ya que lo que pretenden es quedarse con todo el dinero sea como sea.
Estimulante película del incansable Allan Dwan, realizada con elegancia y bien cimentada por un guión sólido y efectivo. No sobra ni falta nada y esa familia de mangantes de clasa alta es todo un hallazgo: el padre, que no ha trabado en su vida porque sería un deshonor para su apellido; la madre, preocupada solamente por casar a su antipática hija; ésta, corriendo tras cualquier pantalón a la vista, falsamente melindrosa. Y en el centro de este grupo de zombies, ella, Marion, callada, resignada a pasar aquel calvario de un año para poder ser libre al fin, encantadora, bellísima.
Aunque no sabemos si fue así, aún sin proponérselo, Dwan realiza un cálido homenaje a la Davies; fijémonos, todas las secuencias convergen en ella, cuando ella interviene, parece que la casa sombría se ilumine, cuando la cámara le dedica un primer plano... ¡como sabe Marion aguantar la mirada hacia el objetivo! No necesita más que sus ojos para reflejar tristeza, alegría, desencanto, excitación. Podríamos añadir que hay no poca porción de crítica costumbrista en la cinta, pero como por encima de todo reina el tono jocoso, el guión tampoco hurga demasiado en el esperpento de muchos de sus personajes.