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En 1916, Arbuckle tenía plena autonomía sobre sus propias películas y podía imponer lo que fuese a su gusto. Aquí interpreta a un médico suburbano digno y rico, felizmente casado con Normand. Pero entonces llega Jack, el guapo novio de la esposa en los días de secundaria. Arbuckle utiliza una actuación sensible y sincera para compararse desfavorablemente con Jack, más delgado y más viril. Está claro que el personaje de Arbuckle ama a su esposa profundamente pero es (de alguna manera tácita) incapaz de satisfacerla, posiblemente debido a una impotencia sexual. Cuando Jack llega para quedarse el fin de semana, los tres se sientan a cenar langosta, supuestamente un afrodisíaco masculino, lo que hace que Mabel comente que es probable que todos tengan pesadillas.
GIRO INESPERADO. Arbuckle (en un automóvil con volante a la derecha) es atraído a una ubicación remota por medio de una artimaña, de modo que estará lejos cuando los ladrones invadan su casa. Depende de Jack defender a la bella Mabel. Arbuckle regresa a casa, angustiado, y al creer que su esposa lo ha engañado, la estrangula con frialdad. Esta escena es inmensamente perturbadora por derecho propio, y aún más inquietante a la luz de la tragedia de la vida real de Arbuckle unos años más tarde.
SE DESHACE EL DRAMA. ¿Recordáis aquella langosta? Efectivamente, todo fue una pesadilla... y Mabel se ha mantenido fiel a su marido. La platea respira, tranquilizada. Hay que añadir, por supuesto, las habilidades para saltar y caer de Al St. John, uno de los supuestos ladrones. El resultado es una película asombrosa y que rompe moldes, alejada de las primerizas bobadas de Arbuckle en la Keystone, pero, con todo, extremadamente divertida. Al verla, uno lamenta mucho más que la carrera de Arbuckle finalizase de manera tan trágica e injusta, justo cuando se acercaba a la altura de sus talentos.