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Esta película supuso, por pura casualidad, que descubriera al mejor director de cine japonés de todos los tiempos (con permiso de Mizoguchi), y a la que siguieron las enormes "El sabor del sake", "Buenos días" o "Tokio monogatari". Pero como ocurre con los grandes, a veces te encuentras que una de sus obras "menores" sin saber muy bien porqué queda grabada a fuego en tu memoria como ninguna otra. Es simplemente una película modesta, sin pretensiones, con un argumento sencillo que te atrapa de principio a fin y que consigue hacerte sonreír aunque no sea una comedia y conmoverte sin ser un drama. Simplemente es eso, una obra maestra.
Por cierto aquí Ozu nos demuestra que antes de clavar la cámara al suelo también la sabía mover...
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Yasujiro Ozu crea un retrato cómico, ingenioso e incisivo de la hipocresía y la desigualdad social en "He nacido, pero...". A diferencia del drama gendai-geki (retrato de la vida contemporánea) que caracterizaría las películas posteriores de Ozu, ésta se centra en el comportamiento social aprendido de los niños y en la aceptación del compromiso en un entorno no ideal: la negativa del repartidor a censurar al hijo de Iwasaki debido al patrocinio de su familia; la atención del señor Yoshii hacia el jovencito mientras continúa interrumpiendo el intento de sus hijos de "resucitarlo"; el comportamiento de payaso del padre en las películas caseras, etcétera.
A medida que la actitud de los niños hacia su padre pasa de tenerlo como un héroe magnánimo a un tonto vergonzoso, es decir, a un ser humano, con todas sus virtudes y defectos, Ozu presenta una observación sutil pero conmovedora sobre el rito de iniciación de los niños cuando se alejan de las reglas seguras y predecibles de la vida familiar hacia las ilógicas y, a menudo, injustas costumbres sociales jerárquicas del mundo real.
Años después, el propio Ozu realizaría un remake, sumamente libre, de esta película, con el título de Buenos días (1959), pero ésta ya no gira en torno al proceso de aprendizaje infantil, con la trascendencia social y moral que esto tenía en He nacido pero... Los tiempos han cambiado y ahora los dos hermanos no se rebelan en nombre del orgullo y la dignidad, sino para obtener de su padre una televisión. Es sumamente ilustrativo -poniendo una película junto a la otra- analizar cómo en su oficio de observador, Ozu ha construido sobre un tema, más o menos similar, dos películas tan diversas. Y en esa diferenciación se deja intuir el cambio diametral que ha sufrido la sociedad japonesa y también su estética cinematográfica, ahora mucho más depurada y planificada, convirtiéndose en un ejercicio de precisión constructiva que, sin perder la verosimilitud, sí ha perdido parte de la frescura y el carácter ingenuamente infantil que tenía la primera versión.
Pero donde más se notan los cambios es en la fotografía familiar que revelan las dos películas. La geografía de la primera es la de una sociedad todavía tradicional, pero ya en proceso de cambio, de
ahí la presencia insistente de los descampados y los suburbios con esos fantasmagóricos tranvías que los atraviesan constantemente. En Buenos días, contrariamente, la ciudad está absolutamente construida y ordenada y todo aparece definitivamente en su sitio.