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Una de las pocas ocasiones en que se nos permite ver al gran Edward Everett Horton interpretando un papel de protagonista absoluto y además como galán. Pues bien, el excelente secundario de tantas películas sale con nota de la prueba y, con sus gestos y recursos tan conocidos, nos regala unos gratificantes ochenta y ocho minutos repletos de humor y situaciones al límite de la carcajada.
Pero hay más: una de las dos niñas en cuestión es nada menos que Baby Peggy, una de las estrellitas precoces del silente más renombradas y menos cursis que nos dio ese período del cine (y única superviviente del cine silente, teniendo hoy en día la friolera de cien años). Peggy es una niña que, ayudada por su hermana, comete todas las atrocidades imaginables con la frescura propia de alguien de su edad y sin caer nunca en lo empalagoso. Clara Bow, deslumbrante, es la vecinita que pronto quedará prendada de las torpezas del supuesto as de la puericultura, encarnado por Horton.
Un ágil guión y unos intertítulos acertados redondean este feliz descubrimiento que nos mantiene pegados a la pantalla hasta el último de los segundos. Disfrutadla, vale la pena.