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Lois Weber nació en 1881. En su juventud tuvo que hacer un poco de todo para sobrevivir, incluso cantar himnos evangelistas por las calles de Nueva York y Pittsburg. En 1909 logró entrar en la Gaumont como actriz y para pequeños papeles. Un año más tarde se casó con el director de esa empresa, Phillis Smalley y desde entonces firmaron conjuntamente todas sus películas, con guiones que también, las más de las veces, eran suyos. En 1916 era la directora mejor pagada de la profesión y en 1917 fundó su propia productora, pero a partir de 1921, tras su divorcio de Smalley, su estrella empezó a declinar. Tuvo una grave crisis nerviosa y a pesar de dirigir algún título importante, el público buscaba otros alicientes en la pantalla. Murió en 1939 por complicaciones gástricas, a los cincuenta y ocho años, sin dejar un heredero.
El cine de Lois Wever
Se atrevió con todos los temas entonces tabú: el aborto, el control de natalidad, la pena de muerte, el alcoholismo y la drogadicción. Feminista declarada, sin embargo no escatimaba críticas hacia los defectos de las mujeres. De hecho, repartía sus alegatos negativos o positivos tanto a unos como a las otras. Su cine era detallista, humano, de sensaciones; cabría decir que engarzaba sentimientos, en vez de personajes. Sabía ser feroz en sus denuncias y alternarlas con la exquisitez propia de la más fina orfebrería. Estudiaba los gestos y expresiones de los actores y los convertía en parte del relato. El cine de Weber era lo más parecido al mejor bordado producido por manos humanas. Es una pena que apenas nos hayan llegado ocho o diez títulos de sus decenas de peliculas, ya fuese como actriz o como realizadora.
Hypocrites
Relato de las acciones paralelas de un antiguo asceta y un político moderno, entrelazando imágenes del pasado con las actuales y resaltando la hipocresía de las gentes a través de los tiempos. El asceta pretende realizar una estatua que muestre la Verdad desnuda y cuando lo consigue y la muestra a las gentes, éstas se cubren los ojos y estallan en improperios porque la desnudez de la Verdad ofende a su talante hipócrita. Simbolismo y realidad, unidos en un instrumento de denuncia. En su aspecto técnico, "Hypocrites" contiene unos avances técnicos interesantísimos, como superposiciones de planos y tomas alternativas.
En su estreno, la película tuvo muchos problemas no ya sólo con la censura, sino también con las instituciones biempensantes del país, que no querían ver la crítica escondida en sus imágenes y sólo tenían ojos para los desnudos que contenía. Con todo, tuvo unos ingresos de taquilla de casi 120.000 dólares, algo bastante insólito en esa época.
Pues bien, aquí os dejamos con esta extraordinaria directora, esta mujer valiente, que supo adelantarse a los cánones establecidos y enfrentarse a una industria que no sólo no comulgaba con sus postulados, sino que quizá no le perdonaba el hecho de ser mujer.
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Película tal como la realizó Weber y no con las escenas mal montadas. Ahora asistimos a un flashback inicial con la historia del monje Gabriel y de ahí pasamos a la época actual, con un sacerdote (el mismo Gabriel), que también comprende que a la gente no se le puede decir la Verdad desnuda, ya que la niegan e incluso arremeten contra quien la expone.
Grande fue el escándalo creado en 1915 a raíz del estreno de "Hipócritas", y no sólo por la repetida aparición de esa Verdad en forma de mujer y, por supuesto, desnuda, sino por incidir en la crítica contra instituciones políticas y otras entidades propias representativas de la sociedad. Weber disparaba en el mismo centro de la diana y el público se sintió, como es lógico, aludido. En esta copia, además, se han añadido algunos planos que faltaban en la anterior y que aclaran mejor el mensaje que se nos transmite. Un filme valiente, en una época donde la industria cinematográfica no soñaba, ni mucho menos, en recibir un "obús" como éste.