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La sublimación del slapstick, la sana locura llevada a la velocidad de 24 imágenes por segundo. No hay pausa, no hay descanso. Un gag pisa al siguiente y éste al de delante. ¿El guión? Apenas existe. ¿Para qué un guión cuando hay tanto talento que sabe improvisar sobre la marcha?
En apenas diecisiete minutos encontramos de todo: pastelazos en la cara, un jovencito afeminado, un afeitado con sirope de manzana, golpes con la escoba, fajas de señoras y sus resultados milagrosos, puertas que giran sobre su eje, maridos despechados, orgías en el restaurante, caídas, revolcones... El corto pertenece a la etapa de Fatty en la Triangle y es un modelo de lo que deben ser dos bobinas de película bien aprovechadas. Años más tarde los Marx retomarían el testigo, con su camarote repleto de gente. Imperdible.
(Eddie Constanti)