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A medio camino entre la ficción y el publirreportaje, esta peliculita se plantea como un conflicto marital entre una mujer apegada a la tradición y un hombre dispuesto a abrazar las bondades del progreso en forma de electricidad. Él acude al pueblo de al lado, donde ya ha llegado el tendido eléctrico, y las tareas del campo están mecanizadas. “Electrifique el campo y ganará tiempo y dinero” proclaman unos altavoces en una feria de muestras que nos hace pensar en Orwell. Un flashback tintado en sepia nos conduce entonces a los viejos tiempos del candil y el pozo, la rueca y el trillo, cuando el trabajo resultaba penoso y el tiempo libre carecía de sentido porque a aquellos hogares no electrificados no había llegado la televisión. La terrorífica escena final cierra de modo circular la película: proporcionando –involuntariamente- un certero diagnóstico de lo distópico de los Planes de Desarrollo promovidos por los ministros opusdeístas.