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Febo Mari fue un galán y más tarde director del período silente italiano, con raíces españolas (Rodríguez de segundo apellido). Aquí tiene como partenaire a su esposa, Nietta Mordeglia y la química existente entre ambos se aprecia en toda la película. "El fauno" es una bella historia de amor entre el mito y la realidad. El mito es Fauno, una estatua que cobra vida; la realidad es Fede (Fe), la joven mantenida del escultor. Como en un cuento moralizante, la figura mítica se materializa para enamorar a la mujer perdida en la vorágine moderna ("moderna" de 1917, se entiende), donde reina el vicio, la lujuria, la nula templanza, la codicia... Sabemos --ahora lo sabemos porque hemos visto mucho cine desde que se realizó este filme--, que aquello nunca podrá ser real, que en algún momento todo quedará reducido a un sueño. Sin embargo nos dejamos llevar por la historia, llegamos a creer que ésta es "de verdad". ¿Por qué? Porque las imágenes que pasan ante nuestra mirada son tan hermosas, tan auténticas, que todos desearíamos tener un sueño como éste.
Belleza frente a materialismo, bondad frente a maldad, Mari sabe gestionar el relato con buen pulso sin recargar las escenas. ¿Peca un poco de ingenuidad? Sí; véase, por ejemplo, ese plano en que Fauno y Fede huyen hacia el "paraíso terrenal" del primero. Al fondo, en el llano, vemos una ciudad que bien podría ser Turín. Pero no importa, la anécdota es tan encantadora que la aceptamos. Y añadamos que, una vez más, en el cine está todo inventado y aquí tenemos una muestra: en 1948, treinta y un años después de "El fauno", la estatua de Venus se materializaba en Ava Gardner para enamorar a su galán ("Venus era mujer", One touch of Venus). Allí, la estatua conseguía quedarse con su amor; aquí, a Fede sólo le cabe el consuelo de guardar el espíritu del noble fauno.
